Santa Rosa Mall: Robots, locales vacíos y un visible deterioro económico.

Ayer, mientras recorría los pasillos del Santa Rosa Mall en Bayamón, sentí que caminaba por las ruinas de una era que se desvanece. Este centro comercial, que alguna vez fue un espacio vibrante de consumo y encuentro, hoy es un reflejo de la crisis económica que atraviesa Puerto Rico. Locales cerrados con carteles de «Se Renta», restaurantes clausurados y una afluencia de visitantes reducida al mínimo, pintan un cuadro desolador.

Sin embargo, lo que más me sorprendió no fue la falta de clientes o el exceso de espacios vacíos, sino la presencia de robots de seguridad de la firma Knightscope. Estas máquinas patrullan los pasillos con sus sofisticadas cámaras de vigilancia, reemplazando la labor de los guardias de seguridad humanos. En un lugar donde la crisis ha provocado el cierre de múltiples negocios y la pérdida de empleos, resulta paradójico que la administración del mall prefiera invertir en tecnología de automatización en lugar de generar oportunidades laborales para los trabajadores locales.

El desplazamiento de la fuerza laboral humana por la automatización no es exclusivo de este centro comercial. En muchos supermercados y tiendas de conveniencia en la isla, las cajas registradoras automáticas han ido reemplazando progresivamente a los cajeros tradicionales. Empresas como Walmart, Sam’s Club y Walgreens han implementado estos sistemas con el argumento de optimizar costos, pero el resultado ha sido una reducción significativa de empleos en el sector minorista.

Incluso en los restaurantes de comida rápida, donde históricamente se han generado oportunidades de empleo para jóvenes y trabajadores de bajos recursos, la automatización avanza sin freno. McDonald’s y Burger King han introducido kioscos de autoservicio, reduciendo la necesidad de cajeros. En otros lugares del mundo, ya se están probando cocinas completamente automatizadas con robots que preparan hamburguesas, pizzas y otros platillos sin intervención humana. Si esta tendencia sigue expandiéndose en Puerto Rico, miles de trabajadores del sector de alimentos podrían quedar desempleados en los próximos años.

Pero el problema va más allá de la automatización. La crisis económica sigue golpeando con fuerza. Los salarios en Puerto Rico continúan siendo bajos y el costo de vida, cada vez más alto. Mientras los precios de los productos y servicios aumentan, los sueldos no reflejan ese ajuste, lo que deja a muchas familias en una situación de vulnerabilidad económica. La falta de oportunidades bien remuneradas ha llevado a una migración masiva hacia Estados Unidos, reduciendo la base de consumidores y agravando aún más la situación de los comercios locales.

En este panorama desolador, las grandes cadenas comerciales han aprovechado la crisis para consolidar su dominio en el mercado. Mientras los pequeños y medianos comerciantes luchan por sobrevivir, gigantes como Amazon han acelerado la transformación del comercio minorista, atrayendo a los pocos consumidores que aún pueden gastar. Comprar en línea se ha vuelto más accesible y conveniente que recorrer un centro comercial semivacío, donde las opciones son cada vez más limitadas.

Los centros comerciales vacíos no son solo estructuras de concreto sin uso. Son un símbolo del colapso de un modelo económico insostenible. Cada tienda cerrada representa una familia que perdió su sustento, un emprendedor que vio desmoronarse su negocio y una comunidad que se queda sin espacios de interacción y dinamismo.

La pregunta que queda en el aire es: ¿qué pasará después? ¿Estos espacios serán reinventados para servir a la comunidad o simplemente se convertirán en ruinas de un pasado más próspero? ¿Cuántos empleos más serán sacrificados en nombre de la automatización y la reducción de costos?

El Santa Rosa Mall es más que un centro comercial en decadencia. Es un espejo de lo que Puerto Rico enfrenta hoy. Si no tomamos acción, pronto habrá más espacios vacíos, no solo en los centros comerciales, sino en los hogares de quienes, cansados de la lucha, se ven obligados a partir en busca de una oportunidad que aquí se les niega.

El problema no es la tecnología en sí, sino quiénes se benefician de ella y a qué costo humano. La automatización debe ir acompañada de políticas que protejan a los trabajadores, que ofrezcan alternativas para una transición justa y que impulsen un desarrollo económico que no deje a nadie atrás. De lo contrario, Puerto Rico seguirá siendo un laboratorio de desigualdad, donde la riqueza se concentra en pocas manos mientras el pueblo enfrenta la precariedad y el abandono.

La decadencia del Santa Rosa Mall es un síntoma de una crisis mayor. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a ignorarla hasta que sea demasiado tarde?

Sermón de Acción de Gracias por Dos Años en Puerto Rico.

Texto Base: Filipenses 1:3-6, Salmo 138:1-8, 2 Corintios 5:14-20

«Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.» (Filipenses 1:3-6)

«Te daré gracias, Señor, de todo corazón; delante de los dioses te cantaré salmos. Me postraré hacia tu santo templo y daré gracias a tu nombre por tu gran amor y tu fidelidad; porque has exaltado tu nombre y tu palabra por encima de todas las cosas. Cuando te llamé, me respondiste; infundiste en mí ánimo y renovaste mis fuerzas.» (Salmo 138:1-3)

Amados hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy nos reunimos en esta casa de oración para elevar un cántico de acción de gracias a nuestro buen Dios. Nos congregamos con corazones llenos de gratitud por su fidelidad y por su mano poderosa que nos ha sostenido en todo momento. Hoy quiero compartir con ustedes la alegría de celebrar estos dos primeros años de ministerio en esta bendecida tierra de Puerto Rico.

Llegar a este lugar ha sido para mí un regalo de Dios. Como inmigrante, después de haber salido de mi país y haber vivido fuera por más de una década, llegar aquí ha sido más que un nuevo comienzo. Ha sido un reencuentro con mi propia historia, con mis raíces y con las señales del amor de Dios en cada rincón de esta isla. En el olor de la comida que me recuerda a la cocina de mi abuela, en la música que hace vibrar mi corazón, en la brisa del mar que me envuelve con su caricia, y en el saludo cálido del vecino que, sin conocerme, me ha acogido con afecto y hospitalidad.

Pero lo más significativo ha sido la Iglesia de Cristo en esta tierra, ese pueblo fiel que me ha abierto las puertas de sus congregaciones y de sus corazones. Gracias a mis hermanos en el clero, quienes me han acompañado en el camino, brindándome su apoyo y compartiendo el gozo del llamado pastoral. Gracias a cada una de esas iglesias que han confiado en mí, permitiéndome caminar junto a ustedes en la fe y en la misión del Reino de Dios.

Doy las gracias a cada uno de esos jóvenes universitarios por darme la oportunidad de escucharles, y de servirles en el amor de Dios. Su pasión y compromiso con la justicia y la equidad han sido una fuente de inspiración para mi ministerio. Son testigos de que la fe no es pasiva, sino que nos llama a actuar, a transformar, a ser luz en medio de las sombras.

Hoy quiero elevar un agradecimiento especial por todos aquellos que han sido compañeros de camino en esta vocación sagrada. Doy gracias a Dios por la vida y el ministerio de nuestra amada Obispa Emérita Idalia, por su amor, comprensión y guía desde los inicios de este ministerio, y gracias a la Obispa Vivian por su cercanía. Gracias a Juan Pablo, quien con su talento en el piano ha acompañado cada alabanza y oración con dedicación y entrega. Gracias a esas primeras doce personas que se unieron a nuestro primer servicio después de la reapertura de esta iglesia, número que me recordó a los primeros discípulos de Jesús. Gracias a quienes hoy son parte de nuestra historia, no quiero llamarlos por nombre por temor a dejar a alguien fuera, gracias a nuestros amigos y a esa nueva familia que hemos ido creando. Gracias a las comunidades del Buen Pastor y Transfiguración, que me han acogido con los brazos abiertos y han sido testimonio del amor y la fe inquebrantable en Dios.

Mi gratitud también se extiende a las iglesias Bethel, Divino Salvador, Messiah y San Marcos, cada una de ellas y sus pastores han sido un pilar de fortaleza y compromiso en esta travesía ministerial. Asimismo, quiero reconocer con humildad y cariño al personal del Sínodo del Caribe, cuya labor incansable y apoyo constante han sido una bendición en mi caminar. Sin su esfuerzo y dedicación, muchas de nuestras iniciativas no habrían sido posibles.

Además, quiero expresar mi más profunda gratitud a mi amada esposa Wendy, quien reconforta mi alma y me anima cada día. Su amor, paciencia y apoyo inquebrantable han sido una fuente constante de fortaleza en este caminar. En medio de las dificultades y los desafíos, su presencia me sostiene, aun cuando ha tenido que enfrentar limitaciones en su trabajo, al igual que tantas mujeres en Puerto Rico que luchan con valentía y resiliencia. Su testimonio de amor y entrega es una inspiración y un recordatorio del compromiso que Dios nos llama a vivir en nuestro matrimonio y ministerio.

Nuestro Dios es un Dios de grandeza inigualable. Es el Dios que llama con voz poderosa, el que toma lo pequeño y lo transforma, el que envía con autoridad y sostén en cada paso. Como nos recuerda 2 Corintios 5:14-20, «el amor de Cristo nos constriñe… de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». No somos llamados al ministerio ni a la vida de fe para caminar solos o en incertidumbre; somos llamados por un Dios que nos equipa, que nos fortalece y que nos rodea de su gracia abundante.

Cada reto, cada alegría, cada momento de prueba y de victoria ha sido una confirmación de que Dios está presente, obrando, guiando, sosteniendo. Como dice el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses: «El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Dios no nos deja a mitad de camino; Dios completa su obra en nosotros. Y si Dios ha sido fiel en estos dos años, ¿cuánto más lo será en los años que vienen?

Que el Señor nos siga bendiciendo en este camino juntos, que nos dé fuerzas para seguir sirviendo con pasión y que nos permita ser testigos vivos de su amor en esta hermosa tierra de Puerto Rico.

Amén.

LO QUE HIERE A MI HERMANO, ME HIERE A MÍ.

En épocas de adversidad y persecución, la voz de la iglesia no puede callar. Como comunidad de fe, estamos llamados a ser testigos del amor incondicional de Dios y defensores de la dignidad de cada ser humano. La pregunta que resuena en nuestro corazón es clara: nuestros templos, ¿seguirán siendo verdaderos santuarios de amor? La respuesta debe ser un rotundo sí.

Hoy, las políticas de odio y exclusión amenazan a dos comunidades que ya han sufrido demasiado: los inmigrantes y la comunidad LGBTIQ, especialmente nuestras hermanas y hermanos trans. Las recientes acciones de la administración de Donald Trump no son simples decisiones políticas; son ataques directos contra la dignidad y el derecho a existir de quienes han sido históricamente marginados. El endurecimiento de políticas migratorias y la negación de derechos básicos a las personas trans no son más que intentos de deshumanizar y borrar la identidad de quienes ya han luchado tanto por ser reconocidos.

La iglesia no puede permanecer indiferente. Si decimos que seguimos a Cristo, debemos seguirlo en su amor radical y su defensa de los más vulnerables. Si decimos que nuestros templos son casas de Dios, deben ser refugios seguros donde toda persona, sin importar su estatus migratorio, su identidad de género o su orientación sexual, pueda experimentar el abrazo divino. No podemos permitir que el odio dicte nuestra misión.

Rechazamos toda postura discriminatoria que atente contra los derechos fundamentales del ser humano. Hacemos un llamado al respeto pleno de la dignidad humana, proclamando que ante Dios somos uno solo. El sufrimiento de los inmigrantes es nuestro sufrimiento. La violencia y el rechazo hacia la comunidad trans nos duelen a todos. No podemos permitirnos el lujo de la indiferencia.

Este es el momento de decidir qué tipo de iglesia queremos ser. ¿Seremos cómplices del silencio o seremos voz profética? ¿Cerraremos nuestras puertas o abriremos nuestros brazos? La iglesia de Cristo no es una iglesia de exclusión, sino de amor, de justicia y de esperanza. Y en ese amor, en esa justicia y en esa esperanza, nos mantendremos firmes.

Porque lo que hiere a mi hermano, me hiere a mí.

«Raíces Profundas, Corazones en Movimiento»

Lecturas: Jeremías 17:5-10; Salmo 1; 1 Corintios 15:12-20; Lucas 6:17-26

Hoy las Escrituras nos presentan un contraste radical entre los que confían en su propia fuerza y los que confían en el Señor; entre los que tienen sus raíces en tierras secas y los que beben de la fuente inagotable de Dios. Es un llamado a revisar dónde estamos plantados, qué frutos damos y cuál es nuestra verdadera esperanza.

¡Maldito el que confía en sí mismo! (Jeremías 17:5-10)

Jeremías nos habla con una claridad escalofriante: maldito el que pone su confianza en el ser humano, el que aparta su corazón del Señor. Se convertirá en un arbusto seco en el desierto. Pero, ¡bendito el que confía en el Señor! Será como un árbol plantado junto a corrientes de agua, cuyas raíces están firmes y no temen la sequía.

Preguntémonos: ¿Dónde están nuestras raíces? Si dependemos solo de nuestras fuerzas, de nuestros bienes, de nuestras posiciones de privilegio, nos secaremos. Pero si nuestras raíces están en Dios, seremos testigos vivos de su gracia y justicia.

 El camino del justo y del impío (Salmo 1)

El Salmo 1 refuerza esta imagen: el justo es como un árbol junto al agua, pero el impío es como paja que se lleva el viento. ¿Qué tipo de comunidad queremos ser? ¿Queremos estabilidad o queremos una fe superficial que se derrumba ante la primera crisis?

Hoy día es fácil ser arrastrado por la corriente de la indiferencia, de la comodidad, del «cada quien con su vida». Pero Dios nos llama a ser como árboles que proveen sombra, alimento y vida para los que sufren.

La esperanza en Cristo resucitado (1 Corintios 15:12-20)

Pablo nos recuerda que nuestra fe no está en vías sin salida, sino en Cristo resucitado. Si nuestra esperanza en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más dignos de lástima.

Esto significa que la justicia, la solidaridad y el amor que vivimos hoy no son en vano. Cuando nos movemos para socorrer al necesitado, cuando nos levantamos contra la injusticia, cuando abrazamos al extranjero, cuando defendemos al oprimido, estamos participando en la vida del Resucitado.

¡Bienaventurados los que sufren! (Lucas 6:17-26)

Jesús se encuentra con la multitud, con los pobres, los hambrientos, los que lloran. A ellos les dice: «Bienaventurados». Pero también hay advertencias para los ricos, los saciados, los que ahora se ríen sin preocuparse por el dolor del mundo.

Este pasaje es un llamado radical a la acción. No podemos seguir viviendo como si el dolor ajeno no fuera nuestro problema. No podemos ser espectadores pasivos mientras hay personas sin pan, sin techo, y sin esperanza.

Jesús no está diciendo que ser pobre o sufrir sea bueno en sí mismo, sino que Dios está del lado de los que sufren. Y si Dios está de su lado, ¿de qué lado estamos nosotros?

El verdadero significado del amor.

En estos días, muchos celebran el amor con flores, regalos y palabras bonitas. Pero el amor de Dios es mucho más que un sentimiento pasajero o una forma de gratificación personal. En nuestra sociedad, el amor muchas veces se convierte en una herramienta de manipulación. Se usa para controlar, para exigir, para condicionar la relación con los demás. Se dice «si me amas, harás esto» o «si realmente te importo, me lo demostrarás». Pero el amor de Cristo no manipula, no chantajea, no espera nada a cambio.

Jesús nos muestra que el verdadero amor es el que se entrega. El amor es servicio, es sacrificio, es salir al encuentro del otro sin condiciones. El amor de Dios no nos atrapa en la culpa, sino que nos libera para amar a los demás con corazones sinceros.

 Amor que se manifiesta en acción.

Si realmente queremos vivir el amor de Dios, tenemos que ponerlo en acción. No basta con decir «te amo» si no estamos dispuestos a ensuciarnos las manos ayudando al prójimo. No basta con celebrar el amor si ignoramos a los que sufren soledad y abandono.

Amar es comprometerse con la justicia, con la dignidad de los olvidados, con el bienestar de los otros. Amar es estar presentes, es hacer espacio en nuestra vida para los que necesitan de nuestra compasión y solidaridad.

Saliendo de la zona de confort.

Este mensaje nos desafía a salir de nuestras zonas de confort. No se trata solo de creer en Dios, sino de vivir como Él nos llama a vivir: con raíces profundas en su justicia, con corazones en movimiento hacia los que más lo necesitan.

Hoy es el día de preguntarnos: ¿En qué confío realmente? ¿Soy un árbol bien plantado o un arbusto seco? ¿Estoy siendo parte del Reino de Dios o simplemente viviendo para mí mismo?

Que el Señor nos dé la valentía de ser raíces firmes y corazones en acción. Que salgamos de aquí decididos a hacer la diferencia en la vida de los que más nos necesitan. Porque allí, en la entrega, en la justicia, en la solidaridad, es donde verdaderamente encontramos la vida.

Y que en este tiempo donde el mundo celebra el amor, nosotros lo vivamos con la autenticidad de Cristo: un amor que no manipula, sino que libera. Un amor que no condiciona, sino que transforma.

Amén.

Bienvenidos a «Conmispiesdescalzos»

Caminar descalzo sobre la tierra húmeda, entre hojas secas y charcos de agua de lluvia, era para mí mucho más que un juego de infancia. Era un acto de conexión con la tierra, un ejercicio de libertad, un susurro de sanación en la brisa del campo cubano. En aquellos días de niñez, no sabía aún que cada paso sin zapatos era, en realidad, un símbolo de algo más grande: la invitación a caminar la vida sin miedo, sin máscaras, con el alma desnuda ante Dios.

Este niño fue creciendo: de un niño campesino a un adolescente inquieto, de un joven atrevido a un activista incansable por los derechos humanos. Su camino lo llevó al exilio, donde aprendió a reconstruirse con las manos, trabajando en la construcción, hasta que un día, en medio del polvo y el concreto, cayó de rodillas y se reencontró con Dios. Ese fue el momento en que su vida dio un giro profundo.

Bienvenidos a este viaje. Bienvenidos a «Conmispiesdescalzos«

UN CANTO DE AMOR Y JUSTICIA: UNA VOZ PROFÉTICA CONTRA LA OPRESIÓN.

En tiempos de injusticia, el silencio es complicidad. Cuando las estructuras de poder despojan a los más vulnerables de sus derechos, cuando las comunidades LGBTIQ+ son objeto de ataques desde los pasillos del poder y desde los pulpitos de sectores religiosos extremistas, el pueblo de Dios debe levantar su voz con valentía. Debemos hablar con claridad y con amor, proclamando que el Dios de la justicia no excluye, no ridiculiza y no abandona.

Hoy, la administración de Donald Trump ha emprendido un ataque sistemático contra la comunidad LGBTIQ+, despojándola de protecciones legales, negándole derechos fundamentales y fomentando un clima de odio que se traduce en violencia real contra nuestros hermanos, hermanas y hermanes. Particularmente, la comunidad trans ha sido blanco de una crueldad política sin precedentes, desde la prohibición de su servicio en el ejército hasta la eliminación de protecciones en el acceso a servicios médicos y de vivienda. Estas políticas no solo son injustas, sino que contradicen el mandamiento más fundamental de nuestra fe: el amor incondicional de Dios por toda su creación.

Aún más alarmante es la complicidad de ciertos sectores religiosos que han bendecido estas políticas discriminatorias con su silencio o con su apoyo explícito. No podemos ignorar que hay iglesias y líderes religiosos que han aplaudido estas medidas, amparándose en una teología distorsionada que utiliza la Biblia como un arma de exclusión en lugar de una fuente de gracia y esperanza.

Sin embargo, la Escritura es clara en su llamado a la justicia y al amor. El profeta Miqueas nos recuerda: «¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el SEÑOR: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).

Jesús, a quien estos grupos afirman seguir, proclamó el amor radical de Dios al decir: «Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Juan 15:12). No hay asteriscos en este mandamiento. No hay exclusiones. El amor de Dios es para todos, sin importar nuestra identidad de género u orientación sexual.

También el apóstol Pablo nos desafía a no conformarnos con un mundo de injusticia: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). No podemos conformarnos con una fe que apoya la discriminación. No podemos aceptar un cristianismo que se ha vuelto cómplice del odio.

Nuestra fe nos llama a desafiar los sistemas de opresión y a estar del lado de los oprimidos. Nuestra fe nos impulsa a defender la dignidad de cada ser humano como portador de la imagen divina. Como Iglesia, debemos levantarnos y proclamar con claridad: Dios ama a las personas LGBTIQ+. Dios camina con la comunidad trans. Dios no es cómplice de la injusticia.

Es hora de hablar con fuerza. Es hora de alzar la voz profética. Es hora de hacer de nuestras iglesias espacios de acogida y justicia, donde cada persona sea vista y amada tal como Dios la creó. Porque al final, el amor triunfa sobre el odio, y la justicia de Dios nunca será silenciada.

Además de denunciar la injusticia, es fundamental que nos involucremos en la construcción de un mundo más justo y equitativo. La fe cristiana no es pasiva; es un llamado a la acción. Debemos apoyar políticas que garanticen los derechos de la comunidad LGBTIQ+, ser aliados activos en nuestras comunidades y denunciar cualquier forma de violencia y discriminación. Debemos educarnos y educar a otros en nuestras iglesias, promoviendo una teología inclusiva y liberadora que refleje el corazón de Dios.

Asimismo, es crucial que acojamos con amor a quienes han sido heridos por la iglesia. Muchas personas LGBTIQ+ han sido rechazadas, expulsadas y traumatizadas por comunidades de fe que han usado el nombre de Dios para justificar su odio. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a ser agentes de sanidad y reconciliación. Debemos abrir nuestras puertas y nuestros corazones, demostrando con hechos que el amor de Dios no tiene condiciones.

La historia nos muestra que los grandes cambios comienzan cuando las voces proféticas se alzan sin miedo. No estamos solos en esta lucha. Sigamos adelante con la certeza de que la justicia divina prevalecerá. Que nuestra fe nos impulse a ser luz en medio de las tinieblas, a ser refugio para los marginados y a proclamar con valentía: el amor de Dios es para todos, todas y todes, sin excepciones.

Que nuestra voz resuene, que nuestro compromiso sea firme y que nuestra acción transforme. Porque el Evangelio es, ante todo, una buena noticia de amor, inclusión y justicia para todas las personas.

En el amor no hay temor: Un llamado a la solidaridad con la comunidad inmigrante.

En los últimos días, el miedo ha invadido a nuestra comunidad. Muchos inmigrantes temen salir a la calle, ir a trabajar, acudir a una cita médica o buscar alimentos. Las medidas actuales son nefastas y ponen en riesgo la integridad y seguridad de quienes han hecho de este país su hogar.

En los próximos días, cumpliré dos años de haber llegado a esta tierra. Soy pastor ordenado de la Iglesia Evangélica Luterana de América, soy cubano, soy inmigrante, y en este momento difícil, resuenan en mis oídos las palabras de Mateo 25:40:

«En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron.»

Estas palabras no me dejan ser indiferente. Como pastor y como inmigrante, mi corazón se duele por aquellos a quienes hoy se les tilda de criminales e invasores.

¿Quién es el verdadero criminal?

Vale la pena preguntarnos: ¿quién es el verdadero criminal?

  • ¿El que emigra en busca de seguridad, de bienestar para su familia, y de un futuro mejor?
  • ¿O quienes despojan a estos inmigrantes de sus derechos humanos más básicos, los separan de sus seres queridos y los obligan a regresar al mismo pasado del que huyeron?

Como iglesia, estamos llamados al amor. Un amor que no tiene fronteras, que construye puentes y que lucha contra la injusticia. Recordemos el llamado de 1 Corintios 13: el amor es paciente, es bondadoso, no se goza de la injusticia, sino que se alegra en la verdad.

“Credo del Inmigrante”

El misionero José Luis Casal escribió un hermoso credo el cual cumplió su objetivo convirtiéndose tal como dice su nombre en el “Credo del Inmigrante”. Este texto íntegro que hoy me atrevo a compartir con cada uno de ustedes  invitándoles a hacer del mismo un canto que nos ayude a reconocer quienes somos y en quien creemos como iglesia del aquí y del ahora:

Creo en Dios Todopoderoso, quien guió a su pueblo en el exilio y en el éxodo, el Dios de José en Egipto y de Daniel en Babilonia, el Dios de los extranjeros e inmigrantes.

Creo en Jesucristo un desplazado de Galilea, quien nació lejos de su gente de su casa, quien tuvo que huir del país con sus padres cuando su vida estuvo en peligro, y quien al volver a su propio país tuvo que sufrir la opresión del tirano Poncio Pilato, el sirviente de un potencia extranjera.

Fue perseguido, golpeado, torturado y finalmente acusado y condenado a muerte injustamente.

Pero que en el tercer día, este Jesús rechazado resucitó de la muerte, no como un extranjero sino para ofrecernos la ciudadanía celestial. Creo en el Espíritu Santo, el inmigrante eterno del Reino de Dios entre nosotros/as, quien habla todos los idiomas, vive en todos los países y une a todas la razas. Creo que la Iglesia es el hogar seguro para todos los extranjeros y creyentes que la constituyen, que habla el mismo idioma y tiene el mismo propósito.

Creo que la comunión de los santos comienza cuando aceptamos la diversidad de los/as santos/as.

Creo en el perdón, el cual nos hace iguales y en la reconciliación, que nos identifica más que una raza, lenguaje o nacionalidad.

Creo que en la resurrección, Dios nos une como un pueblo en el cual todos somos distintos e iguales al mismo tiempo.

Creo en la vida eterna más allá de este mundo, donde ninguno será inmigrante sino que todos seremos ciudadanos/as del Reino de Dios que no tiene fin.

Amén.

Seamos voz profética en el desierto.

Quiero invitarles a transitar juntos el camino de la esperanza. No podemos quedarnos en silencio ante medidas que destruyen familias y pisotean la dignidad humana. Seamos la voz profética que clama en el desierto, la voz que denuncia la injusticia y llama a cada cosa por su nombre.

Si después de estas palabras alguien quiere llamarme criminal por predicar el amor, les digo sin temor: háganlo. Porque, como dice 1 Juan 4:18: «En el amor no hay temor.»

Sigamos adelante con fe y valentía. Porque la justicia de Dios no se detiene, y nuestro llamado al amor tampoco.