“Nos están matando: El asedio global a la comunidad LGBTIQ+ en 2025”

El presente es una trinchera

Ser LGBTIQ+ en 2025 es resistir un asedio. Los gobiernos de derecha que dominan el panorama global —desde Washington hasta Buenos Aires— han declarado una guerra silenciosa pero brutal contra esta comunidad. No se trata solo de leyes derogadas o discursos vacíos: son vidas truncadas, familias desprotegidas y un odio que se cuela en cada rincón, amplificado por los titanes de la tecnología y el capital. Mientras lees estas líneas, alguien trans teme salir a la calle, una pareja gay duda si tomarse de la mano, una adolescente lesbiana calla su identidad. Este artículo no es un pronóstico: es un retrato crudo de lo que ocurre ahora, un grito por las vidas que la derecha y sus aliados corporativos quieren borrar, y un llamado a no rendirse.

Trump aprieta el cerco

Donald Trump asumió su segundo mandato hace menos de tres meses y ya ha desatado una ofensiva sin precedentes contra la comunidad LGBTIQ+. El Proyecto 2025, impulsado por la Heritage Foundation como hoja de ruta conservadora, es ley en varios estados. En Tennessee, desde febrero, las personas trans no pueden actualizar su género en documentos oficiales. Taylor, un hombre trans de 28 años en Nashville, vive en un limbo legal: “Mi licencia dice algo que no soy. Si me paran, ¿qué les digo?”. Los crímenes de odio escalan rápidamente: en las últimas semanas, tres ataques fatales contra personas LGBTIQ+ han sacudido Texas y Florida, según datos preliminares del FBI, que proyecta un aumento del 25% en incidentes este año.

Las clínicas de afirmación de género cierran por falta de fondos federales. En California, Mia, de 19 años, lleva un mes sin hormonas: “Me miro al espejo y no me reconozco. El gobierno me está quitando mi vida”. Activistas marchan en Washington contra una propuesta de Trump para prohibir la adopción por parejas del mismo sexo, una medida que podría concretarse este mes. El mensaje es inequívoco: en la América de 2025, la diversidad no tiene cabida.

Milei deja caer las máscaras

En Buenos Aires, el gobierno de Javier Gerardo Milei, en el poder desde 2023, ha convertido su ajuste económico en un ataque directo a los derechos LGBTIQ+. El desmantelamiento del INADI y la falta de fondos para el cupo laboral trans son realidades palpables. Sofía, una mujer trans de 35 años en La Plata, relata: “Fui a renovar mi inscripción al cupo y me dijeron que no hay presupuesto. Vivo de changas, pero no sé cuánto más aguante”. La violencia no da tregua: en lo que va de año, 18 personas trans han sido asesinadas, según la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA), un 50% más que en 2024.

El discurso de Milei contra las “agendas woke” enciende a grupos anti derechos. En Córdoba, una marcha evangélica pidió “limpiar” la ciudad de “desviados”. Para Juan y Pablo, una pareja gay de 40 años, esto significa no salir juntos al anochecer: “Nos insultaron en el colectivo. Nadie dijo nada”. El abandono estatal no es pasivo: es un aval al odio que crece sin control.

Los gigantes tecnológicos y corporativos: Cómplices del despojo

X y Meta no son meros observadores: son cómplices activos en este asedio. Bajo Elon Musk, X se ha convertido en un campo sin reglas donde el odio prolifera. Las políticas contra el discurso de odio, ya débiles, han desaparecido casi por completo desde su llegada. Un tuit reciente que califica a las personas trans de “aberraciones” suma miles de interacciones sin ser moderado, mientras Musk lo amplifica con sarcasmo: “Libertad total”. Las campañas de igualdad que Twitter alguna vez impulsó —como #LoveIsLove— son un eco lejano; ahora, X prioriza una “libertad de expresión” que da vía libre a insultos homofóbicos y transfóbicos. Activistas estiman un aumento del 30% en publicaciones anti derechos LGBTIQ+ en la última semana, según un análisis preliminar de la ONG GLAAD.

Meta, liderada por Mark Zuckerberg, sigue un rumbo similar. En enero, Zuckerberg anunció una “revisión” de las políticas de moderación que eliminó la verificación de datos y relajó las normas contra el discurso de odio. En Instagram y Facebook, comentarios que tildan a las personas LGBTIQ+ de “enfermos” o “peligrosos” circulan sin filtro. Un post reciente en Tennessee que pide “excluir a los gays de la enseñanza” acumula cientos de likes, sin intervención de la plataforma. Meta, que antes ondeaba banderas arcoíris, ha borrado toda huella de apoyo a la diversidad. “Nos adaptamos al discurso mainstream”, justificó Zuckerberg, una excusa que huele a capitulación tras su donación de un millón de dólares a la toma de posesión de Trump, según reportes de The Washington Post.

Los algoritmos de ambas plataformas agravan el daño: en X, el contenido polarizante se viraliza; en Meta, la falta de moderación proactiva deja el odio a la deriva. Esto no es accidental: Musk y Zuckerberg han alineado sus intereses con líderes como Trump y Milei, sacrificando a la comunidad LGBTIQ+ por lucro y poder. Mientras, Walmart al igual que otras grandes compañías refuerza esta tendencia al retirar productos LGBTIQ+ de sus tiendas en estados conservadores, cediendo a grupos anti derechos, según denuncias de Human Rights Campaign. Estas corporaciones no solo se desentienden: construyen el escenario donde el odio se normaliza.

Un cerco global

El asedio trasciende fronteras. En Brasil, gobernadores bolsonaristas bloquean refugios LGBTIQ+ mientras la policía ignora ataques. En São Paulo, un joven gay fue golpeado cerca de una estación de metro; los transeúntes grabaron, pero nadie intervino. En España, Vox presiona para vetar charlas de diversidad en escuelas: en Sevilla, Marta, una madre lesbiana, retiró a su hija de clases tras hostigamiento. “Le dijeron que sus mamás son un error. Tiene 10 años”, dice entre lágrimas. En Italia, el gobierno de Giorgia Meloni recorta fondos para líneas de ayuda LGBTIQ+. La comunidad global enfrenta un patrón: la derecha no solo retrocede derechos, los borra.

El eco del odio, la Fe y el poder de la mano

Iglesias conservadoras amplifican este cerco. En Estados Unidos, pastores celebran en redes leyes que protegen la “objeción de conciencia” para discriminar. En Argentina, un líder evangélico proclamó en X: “Con Milei, Dios vuelve a mandar”. En Brasil, la bancada religiosa en el Congreso planea frenar el reconocimiento de uniones civiles diversas este mes. Estas palabras no son inofensivas: son combustible para quienes insultan, golpean o matan en nombre de una moral torcida.

Vidas en juego

La comunidad LGBTIQ+ no vive a medias: sobrevive. Es Camila, una chica trans en Bogotá, escondiendo su identidad para no perder su trabajo. Es Luis, un padre gay en Miami, temiendo que le quiten a su hijo adoptivo. Es Elena, una activista en Madrid, gritando en una plaza porque su voz es lo único que le queda. Son personas, no estadísticas, enfrentando un mundo que las empuja al borde. Pero también resisten: en Buenos Aires, un colectivo trans reparte comida en un barrio olvidado; en Nueva York, una vigilia recuerda a las víctimas del odio.

Decidimos no callar

La derecha global, con el respaldo de Musk, Zuckerberg y corporaciones como Walmart, quiere que la comunidad LGBTIQ+ desaparezca. Pero no lo hará. Cada vida bajo ataque es un motivo para luchar, para exigir respeto pleno, no migajas de tolerancia. Este no es un texto sobre mañana: es sobre ahora, sobre las personas que se levantan contra el odio mientras lees. No dejemos que las maten. No ahora, no nunca.

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