El Silencio de los Corderos: La Iglesia en la Era Trump y la Traición al Amor.

Soy pastor de la Iglesia Evangélica Luterana en los Estados Unidos, y desde mi rincón de fe he sentido cómo el regreso de Donald Trump al poder en 2025 ha desatado una tormenta que sacude nuestra nación y pone a prueba el alma de nuestras iglesias. Este artículo nace de mis vivencias, de mi lucha diaria por tejer un diálogo que haga de la iglesia un puente de amor e inclusión, no una frontera que divida. Pero lo que veo me quema por dentro: políticas de odio que golpean a inmigrantes, a la comunidad LGBTIQ+ —especialmente a las personas trans— y a tantos otros vulnerables, amplificadas por iglesias que han dejado de ser refugios para convertirse en megáfonos de agendas políticas que pisotean la justicia y siembran discriminación, marginación y estigma. Con un corazón profético y un grito que no puedo contener, denuncio cómo hemos torcido el evangelio para alimentar el odio, cómo nuestro silencio nos hace cómplices, y cómo algunos, desde la fe, traicionan a Cristo mientras dicen hablar por él.

La Era Trump: Un Reflejo de Nuestra Doble Cara

El regreso de Trump ha desatado políticas que, disfrazadas de “valores cristianos”, arrancan la dignidad de los más frágiles. Las deportaciones masivas, impulsadas por figuras como Thomas Homan, amenazan con destrozar a familias inmigrantes que llenan nuestros templos. La comunidad trans enfrenta leyes que les cierran puertas y palabras que los convierten en blanco fácil. Pero el verdadero escándalo no está solo en el gobierno; está en nuestras iglesias. He visto líderes usar la Biblia como arma para condenar a las personas LGBTIQ+, mientras olvidan que esas mismas páginas nos llaman a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es una doble cara que Jesús ya desenmascaró cuando llamó a los fariseos “sepulcros blanqueados” (Mateo 23:27), pulcros por fuera, podridos por dentro.

Hay quienes aplauden estas políticas como si fueran un mandato del cielo, pero, ¿qué cielo bendice la exclusión de inmigrantes o el rechazo a las personas trans? Estos líderes, envueltos en autoridad espiritual, siembran odio desde la fe, traicionando el evangelio que juran defender.

El Silencio que Nos Condena

En mi ministerio, he peleado por una iglesia que sea puente: un lugar donde inmigrantes encuentren refugio y la comunidad LGBTIQ+ sea abrazada como parte de la creación divina. Muchas iglesias —luteranas, episcopales, presbiterianas, metodistas, UCC entre otras— hemos caminado hacia esa luz. Hoy, muchas de nuestras congregaciones reciben a ministros y ministras ordenados, abiertamente miembros de la comunidad LGBTIQ+. Algunos de ellos no solo son líderes comunitarios, sino que ocupan posiciones de autoridad como obispos, moderadores o al frente de nuestras denominaciones. Estos líderes son faros de esperanza, voces proféticas que, desde el amor, desafían el odio y nos recuerdan que la fe no excluye, sino que abraza. Pero las políticas de hoy nos prueban. Algunas iglesias han aceptado favores del gobierno a cambio de callar frente al odio. Otras, por miedo o comodidad, han cerrado la boca. Ese silencio no es paz; es complicidad.

He oído a feligreses pedirme que no “mezcle política con fe”, pero, ¿acaso no es político callar cuando deportan a nuestros hermanos? ¿No es político ignorar el dolor de las personas trans? Vendemos nuestra conciencia por un puñado de beneficios o por no incomodar. Ese silencio traiciona al Cristo que volcó las mesas de los cambistas (Juan 2:15) y dio la cara por los marginados.

La Iglesia y el Estado: Una Línea Borrada

Esta complicidad está borrando la línea entre Iglesia y Estado, un muro que protege nuestra libertad y la justicia. En Puerto Rico, el Proyecto del Senado 1 (PS 1), presentado en 2025 por el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, es un ejemplo vivo. Llamada “Ley del Derecho Fundamental a la Libertad Religiosa en Puerto Rico”, esta propuesta promete defender la fe, pero sus críticos —yo entre ellos— vemos un peligro claro. El PS 1 permitiría a negocios, escuelas y personas rechazar servicios a otros, como a la comunidad LGBTIQ+, si dicen que va contra sus creencias. Aunque la Constitución ya protege la libertad religiosa, esta ley va más allá: ofrece inmunidad legal a quienes discriminen, abriendo la puerta a rechazar a una pareja gay en una tienda o despedir a una persona trans de un trabajo, todo bajo el manto de la religión. Es un arma disfrazada que legaliza el odio y pisotea la igualdad.

En los Estados Unidos, el Proyecto 2025, empujado por sectores evangélicos conservadores, sigue el mismo camino: fusionar fe y poder, desde imponer el descanso dominical hasta cercar derechos de minorías sexuales y reproductivos. Esto no es defender la religión; es adorar el poder. Jesús rechazó esa oferta cuando el diablo le puso el mundo a sus pies (Mateo 4:8-10). Pero algunos, desde la fe, corren a tomarla.

Voces Proféticas Silenciadas

Mientras algunas iglesias avanzan en amor, otras, aliadas al poder, intentan callar las voces que se alzan contra el odio. Figuras como Donald Trump, junto a quienes perpetúan el odio, han tratado de silenciar las voces proféticas que desde nuestras iglesias denuncian la injusticia. Pero no pueden apagar el fuego que arde en muchos de nuestros líderes. Recientemente, una obispa episcopal pidió clemencia para la comunidad inmigrante y alzó su voz por las personas trans, recordándonos que el evangelio es un llamado a la compasión, no a la crueldad. Su ejemplo es una luz en la oscuridad, pero también un recordatorio de cómo el poder —tanto en el gobierno como en las iglesias que se prestan para el odio— conspira para acallar a quienes se atreven a hablar. Desde los púlpitos que aplauden la exclusión hasta los pasillos de Washington, se teje una red para sofocar estas voces proféticas que nos invitan a ser puentes, no murallas.

Un Grito que No Puedo Callar

Desde mis vivencias como pastor, no puedo quedarme quieto. Hacer iglesia no es solo hablar de amor; es gritar contra la injusticia. Miqueas lo dice claro: “Hombre, él te ha declarado qué es lo bueno, y qué pide Dios de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). Nuestra fe no puede ser un eco de políticas que aplastan la dignidad; tiene que ser un rugido que las confronte. A quienes siembran odio desde el púlpito, les digo: han perdido el amor primero; arrepiéntanse. A las iglesias que han abierto sus puertas, les ruego: no den marcha atrás. Seamos puentes donde los inmigrantes encuentren hogar, donde las personas trans sean amadas como hijas e hijos de Dios, donde el evangelio junte lo que el mundo separa.

A esta nación, advierto: el odio que hoy echamos raíz desde algunos altares nos devolverá una cosecha de división y dolor. A quienes tuercen la fe para justificar la opresión, les lanzo las palabras de Cristo: “¡Ay de ustedes, guías ciegos!” (Mateo 23:24). Su doble cara está a la vista. Dios quiere justicia, no tiranía; amor, no exclusión.

Que este artículo, escrito desde mi corazón de líder de fe, sea un grito en el desierto, un llamado urgente a despertar y actuar. Que la Iglesia deje atrás la complicidad con el poder y abrace su alma profética. Porque si no lo hacemos, no solo perderemos nuestra voz; perderemos el alma misma de lo que creemos. Con esto pongo punto final a este texto, un testimonio vivo de nuestra lucha por una iglesia que no se doblegue, sino que se levante en amor y justicia.

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