
El pasado jueves, llevamos el Evangelio a las calles de Río Piedras. No solo lo proclamamos, sino que lo encarnamos en nuestra presencia, en nuestro testimonio, en nuestra acción. Porque la Buena Noticia no es solo un mensaje para ser escuchado en los templos, sino un fuego que nos impulsa a salir, a caminar, a acompañar.
Por segunda vez, nos hemos reunido como esfuerzo ecuménico para acompañar pastoralmente a la comunidad inmigrante que vive en Puerto Rico. Nos mueve la certeza de que el Dios de la vida camina con los desplazados, con los marginados, con aquellos a quienes el mundo quiere invisibilizar. Nos mueve el mandato ineludible del Evangelio de defender la dignidad de cada ser humano, de anunciar con firmeza que el Reino de Dios no es un privilegio para unos pocos, sino una casa de puertas abiertas para todos.
Queremos agradecer a este pueblo fiel, a esta iglesia que no se cansa, que no se conforma con la comodidad de la indiferencia. A quienes oran con los pies, a quienes han entendido que la fe sin acción es una fe vacía. En estos tiempos de crisis y exclusión, necesitamos una fe que restaure, que sane, que desafíe las estructuras de injusticia que oprimen a nuestros hermanos y hermanas migrantes.
Hoy hemos cantado las grandezas de Dios, hemos escuchado las voces de quienes viven con miedo. Miedo a la deportación, miedo a llevar a sus hijos a la escuela, miedo a salir de sus casas para hacer las compras, miedo a acudir al médico. Miedo a existir en un mundo que les niega el derecho a la seguridad y a la paz.
Escuchamos la historia del barbero haitiano, un hombre trabajador que ve cómo sus clientes desaparecen porque el temor ha paralizado a su comunidad. Vimos los rostros de madres que cada día se preguntan si podrán regresar a casa con sus hijos, de trabajadores que viven bajo la sombra constante de la persecución. Vimos el dolor de aquellos que han sido reducidos a simples cifras en un sistema que deshumaniza.
Ya hemos caminado por las comunidades de Barrio Obrero y Río Piedras. Y no nos detendremos. La próxima comunidad será Puerto Nuevo, porque seguimos avanzando con «Camino a la Esperanza» , una peregrinación de fe y justicia que proclama que nadie camina solo, que nadie es ilegal ante los ojos de Dios, que nadie debe ser tratado como un extraño en la tierra que el Creador nos dio a todos.
Como iglesia, alzamos nuestra voz profética y denunciamos con claridad: nos oponemos a las políticas que siembran miedo y odio, a las leyes que despojan a las familias de su derecho a estar juntas, a los sistemas que promueven la xenofobia y la exclusión. Nos oponemos a toda estructura que atente contra la hospitalidad, la acogida y la dignidad de la comunidad inmigrante.
Porque nuestra fe no es neutral. El Evangelio nos llama a tomar partido, y nosotros elegimos estar del lado de la justicia, del lado de la compasión, del lado de Cristo, que fue un niño refugiado, un migrante sin tierra, un profeta perseguido.
(Agradecemos al Pastor Gabriel Ñanco el Arte y al Hermano Lester la Comunicación)
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