Una Iglesia en Constante Reforma

Génesis 45:3-11, 15; Salmo 100; 1 Corintios 15:35-38, 42-50; Lucas 6:27-38

Introducción

Hoy nos hemos reunido como cuerpo de Cristo para ser desafiados, para escuchar el llamado de Dios a una renovación constante. Como iglesia, no podemos conformarnos con la comodidad, ni con la repetición de tradiciones vacías. Somos llamados a ser una iglesia contextual, evangelizadora y servidora. Una iglesia en constante reforma, para poder mostrar la grandeza de Dios por medio de nuestro testimonio.

Valoración del Tiempo después de Epifanía y Preparación para la Cuaresma

Hemos vivido este tiempo después de Epifanía como una oportunidad para contemplar la manifestación de Dios en Cristo, iluminando nuestras vidas con su amor y verdad. A través de las Escrituras, hemos sido llamados a reflexionar sobre la misión de la iglesia y a dejarnos transformar por la luz del Evangelio. Pero este camino no termina aquí. Ahora nos preparamos para entrar en la Cuaresma, un tiempo de introspección, de conversión y de renovación.

La Cuaresma es un tiempo para transitar con humildad el camino que nos lleva a la Pascua. No es un tiempo de simple resignación o tristeza, sino un tiempo de esperanza y transformación. Es la oportunidad para reflexionar sobre nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Nos invita a la oración, al ayuno y a la práctica de la justicia, como medios para alinearnos con la voluntad de Dios. Cada paso que damos en este camino nos acerca a la celebración del misterio pascual, la victoria definitiva de la vida sobre la muerte en Cristo resucitado.

Una Iglesia que se Transforma para Servir

En Génesis 45, encontramos a José revelándose a sus hermanos. Aquellos que lo vendieron, que lo traicionaron, ahora están frente a él temerosos. Pero José no se deja llevar por la venganza; al contrario, ve la mano de Dios en su historia. Dios lo puso en una posición de poder no para su propio beneficio, sino para salvar vidas.

Así también, la iglesia no existe para su propio bienestar, sino para ser un instrumento de salvación, de restauración y de amor en el mundo. Estamos llamados a trascender nuestros conflictos internos, a perdonar, a abrazar a aquellos que nos han herido, porque nuestra misión es reflejar la misericordia de Dios.

Una Iglesia que Evangeliza con su Testimonio

El Salmo 100 nos invita a alabar a Dios con alegría, a servirle con gozo. Pero la mejor alabanza no es solo la que entonamos en nuestros cultos, sino la que vivimos en nuestra vida cotidiana. Pablo, en 1 Corintios 15, nos recuerda que así como una semilla debe morir para dar fruto, nuestra vida en Cristo también debe ser transformada.

Nuestro testimonio debe ser evidencia de esa transformación. No basta con decir que somos cristianos, debemos vivir como tales. Debemos amar al caído, restaurar al herido, ser una iglesia que no excluye, sino que abre sus brazos con amor incondicional.

Una Iglesia que Ama y Practica la Justicia

Jesús, en Lucas 6, nos llama a algo radical: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian». Esta es una iglesia en reforma: una iglesia que no responde con odio, sino con amor. Que no se encierra en sus templos, sino que sale al encuentro del que sufre.

Pero, ¿qué significa realmente amar a nuestros enemigos? Significa romper con el ciclo de la violencia y el rencor. Significa ver en cada persona la imagen de Dios, incluso en aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Amar a nuestros enemigos no es un llamado a la pasividad, sino a una justicia que se ejerce desde el amor y la compasión.

En un mundo lleno de división, donde la injusticia y la discriminación son pan de cada día, estamos llamados a ser diferentes. Ser una iglesia que lucha por la equidad y la dignidad de todas las personas. No podemos callar ante la explotación de los más vulnerables, ni ser indiferentes ante el sufrimiento del prójimo. Debemos levantar la voz contra la opresión, denunciar la injusticia y acompañar a los que sufren.

Una iglesia que ama y practica la justicia no se conforma con discursos vacíos, sino que actúa. Alimenta al hambriento, viste al desnudo, defiende al extranjero, protege al huérfano y la viuda. Nuestra fe se vuelve real cuando se traduce en acciones concretas de amor y justicia. Si queremos ser una iglesia reformada y reformadora, debemos abrazar el llamado de Jesús a ser agentes de cambio en el mundo.

El amor del que habla Jesús no es sentimentalismo, es una decisión diaria de vivir para los demás. Es renunciar al egoísmo, es servir sin esperar nada a cambio. Es elegir el camino del sacrificio, del perdón y de la reconciliación, incluso cuando es difícil. Si queremos ver un mundo transformado, primero debemos transformarnos nosotros mismos.

Invitación a la Celebración de la Transfiguración

Querida iglesia, estamos llamados a una reforma constante. No podemos quedarnos en la historia, en la tradición sin vida, en una fe sin acción. Debemos ser una iglesia viva, que transforme, que evangelice con hechos, que sirva sin condiciones y que ame sin reservas.

El próximo domingo celebraremos la festividad de la Transfiguración, un recordatorio de cómo Cristo se revela en su gloria. Así como Jesús fue transfigurado, así también nosotros estamos llamados a ser transformados. Que esta sea nuestra oración: «Señor, transfigúranos, renuévanos, haznos una iglesia en constante reforma, para que el mundo pueda ver en nosotros tu grandeza». Amén.

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