Texto Base: Filipenses 1:3-6, Salmo 138:1-8, 2 Corintios 5:14-20

«Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.» (Filipenses 1:3-6)
«Te daré gracias, Señor, de todo corazón; delante de los dioses te cantaré salmos. Me postraré hacia tu santo templo y daré gracias a tu nombre por tu gran amor y tu fidelidad; porque has exaltado tu nombre y tu palabra por encima de todas las cosas. Cuando te llamé, me respondiste; infundiste en mí ánimo y renovaste mis fuerzas.» (Salmo 138:1-3)
Amados hermanos y hermanas en Cristo,
Hoy nos reunimos en esta casa de oración para elevar un cántico de acción de gracias a nuestro buen Dios. Nos congregamos con corazones llenos de gratitud por su fidelidad y por su mano poderosa que nos ha sostenido en todo momento. Hoy quiero compartir con ustedes la alegría de celebrar estos dos primeros años de ministerio en esta bendecida tierra de Puerto Rico.
Llegar a este lugar ha sido para mí un regalo de Dios. Como inmigrante, después de haber salido de mi país y haber vivido fuera por más de una década, llegar aquí ha sido más que un nuevo comienzo. Ha sido un reencuentro con mi propia historia, con mis raíces y con las señales del amor de Dios en cada rincón de esta isla. En el olor de la comida que me recuerda a la cocina de mi abuela, en la música que hace vibrar mi corazón, en la brisa del mar que me envuelve con su caricia, y en el saludo cálido del vecino que, sin conocerme, me ha acogido con afecto y hospitalidad.
Pero lo más significativo ha sido la Iglesia de Cristo en esta tierra, ese pueblo fiel que me ha abierto las puertas de sus congregaciones y de sus corazones. Gracias a mis hermanos en el clero, quienes me han acompañado en el camino, brindándome su apoyo y compartiendo el gozo del llamado pastoral. Gracias a cada una de esas iglesias que han confiado en mí, permitiéndome caminar junto a ustedes en la fe y en la misión del Reino de Dios.
Doy las gracias a cada uno de esos jóvenes universitarios por darme la oportunidad de escucharles, y de servirles en el amor de Dios. Su pasión y compromiso con la justicia y la equidad han sido una fuente de inspiración para mi ministerio. Son testigos de que la fe no es pasiva, sino que nos llama a actuar, a transformar, a ser luz en medio de las sombras.
Hoy quiero elevar un agradecimiento especial por todos aquellos que han sido compañeros de camino en esta vocación sagrada. Doy gracias a Dios por la vida y el ministerio de nuestra amada Obispa Emérita Idalia, por su amor, comprensión y guía desde los inicios de este ministerio, y gracias a la Obispa Vivian por su cercanía. Gracias a Juan Pablo, quien con su talento en el piano ha acompañado cada alabanza y oración con dedicación y entrega. Gracias a esas primeras doce personas que se unieron a nuestro primer servicio después de la reapertura de esta iglesia, número que me recordó a los primeros discípulos de Jesús. Gracias a quienes hoy son parte de nuestra historia, no quiero llamarlos por nombre por temor a dejar a alguien fuera, gracias a nuestros amigos y a esa nueva familia que hemos ido creando. Gracias a las comunidades del Buen Pastor y Transfiguración, que me han acogido con los brazos abiertos y han sido testimonio del amor y la fe inquebrantable en Dios.
Mi gratitud también se extiende a las iglesias Bethel, Divino Salvador, Messiah y San Marcos, cada una de ellas y sus pastores han sido un pilar de fortaleza y compromiso en esta travesía ministerial. Asimismo, quiero reconocer con humildad y cariño al personal del Sínodo del Caribe, cuya labor incansable y apoyo constante han sido una bendición en mi caminar. Sin su esfuerzo y dedicación, muchas de nuestras iniciativas no habrían sido posibles.
Además, quiero expresar mi más profunda gratitud a mi amada esposa Wendy, quien reconforta mi alma y me anima cada día. Su amor, paciencia y apoyo inquebrantable han sido una fuente constante de fortaleza en este caminar. En medio de las dificultades y los desafíos, su presencia me sostiene, aun cuando ha tenido que enfrentar limitaciones en su trabajo, al igual que tantas mujeres en Puerto Rico que luchan con valentía y resiliencia. Su testimonio de amor y entrega es una inspiración y un recordatorio del compromiso que Dios nos llama a vivir en nuestro matrimonio y ministerio.
Nuestro Dios es un Dios de grandeza inigualable. Es el Dios que llama con voz poderosa, el que toma lo pequeño y lo transforma, el que envía con autoridad y sostén en cada paso. Como nos recuerda 2 Corintios 5:14-20, «el amor de Cristo nos constriñe… de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». No somos llamados al ministerio ni a la vida de fe para caminar solos o en incertidumbre; somos llamados por un Dios que nos equipa, que nos fortalece y que nos rodea de su gracia abundante.
Cada reto, cada alegría, cada momento de prueba y de victoria ha sido una confirmación de que Dios está presente, obrando, guiando, sosteniendo. Como dice el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses: «El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Dios no nos deja a mitad de camino; Dios completa su obra en nosotros. Y si Dios ha sido fiel en estos dos años, ¿cuánto más lo será en los años que vienen?
Que el Señor nos siga bendiciendo en este camino juntos, que nos dé fuerzas para seguir sirviendo con pasión y que nos permita ser testigos vivos de su amor en esta hermosa tierra de Puerto Rico.
Amén.
