Lecturas: Jeremías 17:5-10; Salmo 1; 1 Corintios 15:12-20; Lucas 6:17-26
Hoy las Escrituras nos presentan un contraste radical entre los que confían en su propia fuerza y los que confían en el Señor; entre los que tienen sus raíces en tierras secas y los que beben de la fuente inagotable de Dios. Es un llamado a revisar dónde estamos plantados, qué frutos damos y cuál es nuestra verdadera esperanza.
¡Maldito el que confía en sí mismo! (Jeremías 17:5-10)
Jeremías nos habla con una claridad escalofriante: maldito el que pone su confianza en el ser humano, el que aparta su corazón del Señor. Se convertirá en un arbusto seco en el desierto. Pero, ¡bendito el que confía en el Señor! Será como un árbol plantado junto a corrientes de agua, cuyas raíces están firmes y no temen la sequía.
Preguntémonos: ¿Dónde están nuestras raíces? Si dependemos solo de nuestras fuerzas, de nuestros bienes, de nuestras posiciones de privilegio, nos secaremos. Pero si nuestras raíces están en Dios, seremos testigos vivos de su gracia y justicia.
El camino del justo y del impío (Salmo 1)
El Salmo 1 refuerza esta imagen: el justo es como un árbol junto al agua, pero el impío es como paja que se lleva el viento. ¿Qué tipo de comunidad queremos ser? ¿Queremos estabilidad o queremos una fe superficial que se derrumba ante la primera crisis?
Hoy día es fácil ser arrastrado por la corriente de la indiferencia, de la comodidad, del «cada quien con su vida». Pero Dios nos llama a ser como árboles que proveen sombra, alimento y vida para los que sufren.
La esperanza en Cristo resucitado (1 Corintios 15:12-20)
Pablo nos recuerda que nuestra fe no está en vías sin salida, sino en Cristo resucitado. Si nuestra esperanza en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más dignos de lástima.
Esto significa que la justicia, la solidaridad y el amor que vivimos hoy no son en vano. Cuando nos movemos para socorrer al necesitado, cuando nos levantamos contra la injusticia, cuando abrazamos al extranjero, cuando defendemos al oprimido, estamos participando en la vida del Resucitado.
¡Bienaventurados los que sufren! (Lucas 6:17-26)
Jesús se encuentra con la multitud, con los pobres, los hambrientos, los que lloran. A ellos les dice: «Bienaventurados». Pero también hay advertencias para los ricos, los saciados, los que ahora se ríen sin preocuparse por el dolor del mundo.
Este pasaje es un llamado radical a la acción. No podemos seguir viviendo como si el dolor ajeno no fuera nuestro problema. No podemos ser espectadores pasivos mientras hay personas sin pan, sin techo, y sin esperanza.
Jesús no está diciendo que ser pobre o sufrir sea bueno en sí mismo, sino que Dios está del lado de los que sufren. Y si Dios está de su lado, ¿de qué lado estamos nosotros?
El verdadero significado del amor.
En estos días, muchos celebran el amor con flores, regalos y palabras bonitas. Pero el amor de Dios es mucho más que un sentimiento pasajero o una forma de gratificación personal. En nuestra sociedad, el amor muchas veces se convierte en una herramienta de manipulación. Se usa para controlar, para exigir, para condicionar la relación con los demás. Se dice «si me amas, harás esto» o «si realmente te importo, me lo demostrarás». Pero el amor de Cristo no manipula, no chantajea, no espera nada a cambio.
Jesús nos muestra que el verdadero amor es el que se entrega. El amor es servicio, es sacrificio, es salir al encuentro del otro sin condiciones. El amor de Dios no nos atrapa en la culpa, sino que nos libera para amar a los demás con corazones sinceros.
Amor que se manifiesta en acción.
Si realmente queremos vivir el amor de Dios, tenemos que ponerlo en acción. No basta con decir «te amo» si no estamos dispuestos a ensuciarnos las manos ayudando al prójimo. No basta con celebrar el amor si ignoramos a los que sufren soledad y abandono.
Amar es comprometerse con la justicia, con la dignidad de los olvidados, con el bienestar de los otros. Amar es estar presentes, es hacer espacio en nuestra vida para los que necesitan de nuestra compasión y solidaridad.
Saliendo de la zona de confort.
Este mensaje nos desafía a salir de nuestras zonas de confort. No se trata solo de creer en Dios, sino de vivir como Él nos llama a vivir: con raíces profundas en su justicia, con corazones en movimiento hacia los que más lo necesitan.
Hoy es el día de preguntarnos: ¿En qué confío realmente? ¿Soy un árbol bien plantado o un arbusto seco? ¿Estoy siendo parte del Reino de Dios o simplemente viviendo para mí mismo?
Que el Señor nos dé la valentía de ser raíces firmes y corazones en acción. Que salgamos de aquí decididos a hacer la diferencia en la vida de los que más nos necesitan. Porque allí, en la entrega, en la justicia, en la solidaridad, es donde verdaderamente encontramos la vida.
Y que en este tiempo donde el mundo celebra el amor, nosotros lo vivamos con la autenticidad de Cristo: un amor que no manipula, sino que libera. Un amor que no condiciona, sino que transforma.
Amén.

