LO QUE HIERE A MI HERMANO, ME HIERE A MÍ.

En épocas de adversidad y persecución, la voz de la iglesia no puede callar. Como comunidad de fe, estamos llamados a ser testigos del amor incondicional de Dios y defensores de la dignidad de cada ser humano. La pregunta que resuena en nuestro corazón es clara: nuestros templos, ¿seguirán siendo verdaderos santuarios de amor? La respuesta debe ser un rotundo sí.

Hoy, las políticas de odio y exclusión amenazan a dos comunidades que ya han sufrido demasiado: los inmigrantes y la comunidad LGBTIQ, especialmente nuestras hermanas y hermanos trans. Las recientes acciones de la administración de Donald Trump no son simples decisiones políticas; son ataques directos contra la dignidad y el derecho a existir de quienes han sido históricamente marginados. El endurecimiento de políticas migratorias y la negación de derechos básicos a las personas trans no son más que intentos de deshumanizar y borrar la identidad de quienes ya han luchado tanto por ser reconocidos.

La iglesia no puede permanecer indiferente. Si decimos que seguimos a Cristo, debemos seguirlo en su amor radical y su defensa de los más vulnerables. Si decimos que nuestros templos son casas de Dios, deben ser refugios seguros donde toda persona, sin importar su estatus migratorio, su identidad de género o su orientación sexual, pueda experimentar el abrazo divino. No podemos permitir que el odio dicte nuestra misión.

Rechazamos toda postura discriminatoria que atente contra los derechos fundamentales del ser humano. Hacemos un llamado al respeto pleno de la dignidad humana, proclamando que ante Dios somos uno solo. El sufrimiento de los inmigrantes es nuestro sufrimiento. La violencia y el rechazo hacia la comunidad trans nos duelen a todos. No podemos permitirnos el lujo de la indiferencia.

Este es el momento de decidir qué tipo de iglesia queremos ser. ¿Seremos cómplices del silencio o seremos voz profética? ¿Cerraremos nuestras puertas o abriremos nuestros brazos? La iglesia de Cristo no es una iglesia de exclusión, sino de amor, de justicia y de esperanza. Y en ese amor, en esa justicia y en esa esperanza, nos mantendremos firmes.

Porque lo que hiere a mi hermano, me hiere a mí.

Deja un comentario